En la enseñanza de Platón hay un concepto clave que se ha repetido durante toda la historia del pensamiento universal: la identificación del conocimiento con la iluminación. La luz es símbolo de entendimiento, de posibilidad de verdad, de condición necesaria para el saber y para la vida intelectual. Por otro lado es natural que cultivemos este entendimiento porque es la razón la que nos distingue del resto de los animales. De este modo lo normal será conocer, tender hacia la verdad. Así la vida plena será aquella iluminada.

¿En qué sentido iluminada? Pues en un sentido absolutamente espiritual. Para Platón el espíritu es lo que define al ser humano y su condición natural la propia del ser humano, por tanto tener una vida ascética será el objetivo final de la vida. Intelectual, espiritual y religiosa, porque alcanzar el absoluto, el mundo ideal, nuestro hábitat natural, es el objetivo vital.
La iluminación se ha entendido así desde entonces: esclarecimiento interior, experimental o racional. Es poner en claro, llegar al fondo, conocer. Es también la experiencia de lo divino, sentir la presencia de Dios. Esta experiencia se manifiesta en paz, amor, felicidad o sentido de unidad con el universo. Es un esclarecimiento interior, que puede llegar a ser místico.
Ha sido una de las interpretaciones cristianas del iluminismo platónico: la mística. La mística (del verbo griego myein, «encerrar», de donde mystikós, «cerrado, arcano o misterioso») se refiere a una experiencia difícil de alcanzar en la que el alma humana se une a lo Sagrado. En Platón esta experiencia es la vivida en el conocimiento dialéctico e intuitivo. Esta experiencia es en vida al igual que lo era en Platón. La mística es común a muchas religiones, se da entre las monoteístas y también en el hinduismo o en el budismo.

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