Hace algunos meses compartí unas cervezas en La Alameda de Sevilla con Salvador Navarro. Allí mismo me dedicó un ejemplar de la que era su última novela y comentó algo sobre el color de mi camiseta y el contraste que hacía en la foto que nos hicimos. En estas palabras que resalto en cursiva está volcada buena parte de la vida que lleva y firma el que se hace llamar en las redes sociales @borenavarro, sus aficiones, gustos, su vida literaria y su capacidad de encontrar la clave en cualquier detalle cotidiano.

Conforme avanzaba mi lectura de Y si aparece recopilaba imágenes y recuerdos de nuestras charlas. Me doy cuenta ahora de que esas miradas sostenidas acompañadas de preguntas o comentarios sobre este o aquel sitio no eran del todo inocentes, algo tramaba. El color de mi camiseta, que ha terminado en la portada, el intercambio de cumplidos demasiado bien estructurados, las preguntas, el interés por el barrio de San Diego… Puedo seguir.

Salvador Navarro condensa en sus novelas sus inquietudes vitales, sus juegos mentales y su maestría para usar la confusión y el engaño como leitmotiv de la narración. Maneja la mentira como recurso literario para sostener la historia siempre en lo más alto. Y en esta última novela no ha dudado en elevar la tensión desde el comienzo.

Y si aparece es un continuo desfile de gente interesante, aunque nadie conozca a nadie, y de personajes transversales que no resultan definitivos hasta el último momento. En vez de «cada detalle cuenta», aquí hay que tener presente que «cada personaje cuenta».

Salvador Navarro tiene el valor creativo de usar el diálogo para crear protagonistas definidos al detalle, una dificultad añadida que le acerca exceso y que se convierte en marca personal de la narración. Creo que asume una responsabilidad muy alta como escritor, es complicado contar tanto mientras el lector solo oye una conversación.

Salva sabe de las posibilidades de la ficción narrativa y las maneja para lo que quiere transmitir. Corre el riesgo como cualquier escritor de quedar al límite de la verosimilitud por mostrar los pormenores y lo cotidiano de esta forma. Algo así como si a un pintor se le achaca que sus cuadros son exageradamente realistas, que nadie ve nada con tanto detalle, que la vista humana no sabe hacerlo, que una gota de sudor no puede reflejar el entorno del observador. Pero si ese realismo es el mensaje, ¿qué puede hacer el narrador? Debe hacerlo. Este recurso muestra la mirada, el dolor, la incertidumbre o la sorpresa. A veces el lector ocupa una plaza más en el sofá que aparece en escena.

Entre diálogos y personajes, aparece su prosa. Frases cortas, con sentido, sugerentes y que invitan a pensar y emocionarse. Esta vez Salvador Navarro ha sido más reservado, por momentos no acudía el narrador al espacio que quedaba para sentenciar. Avisó en el acto de presentación que era una forma de probar cosas nuevas, de escribir más rápido. Por ahí se va a librar, pero le tengo que pedir que en adelante no ahorre tanto ahí, tiene habilidades y recursos para hacer reposar al lector al final de cualquier escena. Casi creo que es un sello que le define.

En definitiva, estamos ante un paso más de la vida literaria de Salvador Navarro, el ingeniero de Renault que quería estudiar filosofía y que no puede dejar de escribir ficción. Ritmo trepidante digno de una serie de éxito, maestría en la construcción de los personajes, tramas que son puzles inverosímiles con apariencia surrealista, música, literatura y tensa espera para que en la última página todo encaje. Abstenerse impacientes.

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